Durante unos cuantos días de julio de 2002, que bien podrían haber conmovido al mundo, Iván Zulueta, Virginia López Montenegro y Begoña del Teso charlaron en compañía de Bongo, poderoso, hermoso, joven ejemplar de perro boxer, sobre ritmos, pausas, puntos de fuga, dobles, gemelos, el Norte, el Sur, las drogas, Lynch, las galernas, los vampiros, el olor del óleo y la sustancia de la cera. La puesta en escena era simple, un sofá, mil cojines, cintas de vídeo por el suelo, una televisión heterodoxa y hereje en la que Bowie, Lynch y las Ketchup compartían pantalla. Sobre la mesa, aguas del Atlas y de Caldes de Malavella, pitillos turcos, rones añejos y catálogos de cine y pintura. Al fondo, en un Cinemascope absolutamente vertical, rolaban las nubes, nubes de Super 8. Más abajo, desde la terraza acristalada, cualquiera podría haber descubierto el escenario de A malgam a (Super 8, 1975). Sólo se echaba en falta una montaña rusa que llevase al personal hacia las procelosas aguas de La Concha que Andoni Irureta surcó un día para buscar fortuna en las Américas y volver a Villabona por ver si alguien filmaba su historia (La fortuna de los Irureta, Super 8, 1964).
Durante unos cuantos días de julio de 2002, en Aloha se discutió fuerte sobre Alien, la actriz, cantante y presencia Rebekah del Río, los años oscuros, ciertas sustancias, más de una película, los pasteles de moka, la intensidad de la relación entre el espectador y la película y uno de los planos del cuchillo sobre la piel de la Leigh en Psicosis.
Se soñó con fumaderos de opio, se pensó mucho en Will More, se habló de hombres y de Bergman. Se palpó la necesidad de filmar. Se jugó al escondite inglés con Bongo. El tiempo a veces se detuvo en seco y otras duró tanto y cuanto debe durar una película. Quizás no se descubrió el sentido... la función... el papel... EL JUEGO que hacer cine representa pero se sintió el ímpetu de poder inventar una imagen, el gusto de echarse a la cuartilla para escribir algo, el placer de un lápiz blando sobre un buen papel, el llanto que produce recuperar la obra abandonada, la necesidad de seguir filmando, la seducción del vampiro y el miedo, ay, el miedo que uno se da a sí mismo.